VIVIR LOS SACRAMENTOS

Unción de los enfermos


 

Oráculo

Miren, mi siervo triunfará,
será exaltado, enaltecido,
sobremanera ensalzado.
Como muchos se horrorizaron de él
―desfigurado no parecía hombre
ni tenía aspecto humano―,
así asombrará a muchos pueblos:
ante él los reyes cerrarán la boca
al ver algo que nunca se había visto
y contemplar algo inaudito.

Coro

¿Quién creyó nuestro anuncio?
¿A quién mostró el Señor su brazo?
Creció en su presencia como un brote,
como raíz en tierra árida,
no tenía presencia ni belleza
que atrajera nuestras miradas
ni aspecto que nos cautivara.
Despreciado y evitado por la gente,
como un hombre habituado a sufrir,
curtido en el dolor;
al verlo se tapaban la cara;
despreciado, lo tuvimos por nada.

Él soportó nuestros sufrimientos
y cargó con nuestros dolores.
Nosotros lo tuvimos por leproso,
herido de Dios y humillado.
Pero él fue traspasado
por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Sobre él recayó el castigo que nos sana,
con sus cicatrices nos hemos curado.

 

 

 

Todos errábamos como ovejas,
cada uno por su lado,
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.

Maltratado, aguantaba sin abrir la boca;
como cordero llevado al matadero,
como oveja muda ante el esquilador,
no abría la boca.
Sin arresto, sin proceso,
lo quitaron de en medio,
¿quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados
y una tumba con los malhechores;
aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.

El Señor quería triturarlo con el sufrimiento:
si entrega su vida como expiación,
verá su descendencia, prolongará sus años
y por su medio triunfará el plan del Señor.

Oráculo

Por los trabajos que soportó,
verá la luz y se saciará de saber;
mi Siervo inocente justificará a muchos,
porque cargó con sus crímenes.
Por eso le asignaré una porción
entre los grandes

y repartirá el botín con los poderosos;
porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él, que cargó con el pecado de todos
e intercedió por los pecadores.

 


● ● ●

 

Habla una voz para presentar al personaje central del cántico (Isaías 52,13-53,12). Es un oráculo divino que entreabre el velo de un misterio inaudito. La misma voz habla al final para develar por completo el sentido del misterio.

Algo nunca visto: se anuncia una paradoja extrema, una locura. Ese personaje –siervo del Señor– desfigurado, sin rostro humano, ante el cual todo el mundo se horroriza, asombrará a todos, triunfará, será exaltado. ¿Por qué? Lo dirá la voz al final. Antes se nos invita a contemplar este misterio inaudito.

Una voz coral nos acompaña. Va a acentuar con preguntas el carácter inverosímil, increíble del misterio: ¿quién creyó nuestro anuncio? ¿quién meditó en su destino? Nos guiará a una contemplación comprometida, no neutra, habremos de identificarnos con el personaje, su drama será el nuestro.

Dos preguntas hacen eco a los dos últimos versos del oráculo que abrió el velo para entrever el misterio. Un personaje aparece, crece, como desecho humano, su desfiguro provoca espanto, es ninguneado, está abatido por el dolor, repugna su aspecto de leproso. No sabemos quién es, solo se nos dijo que era siervo del Señor.

Paradoja: ese hombre despreciado no es un extraño por más que le demos la espalda. Él –dice la voz coral– soportó nuestros sufrimientos, cargó con nuestros dolores, fue traspasado y triturado por nuestros crímenes. No somos ajenos a su drama.

La paradoja se extrema: él ha hecho suya la responsabilidad de nuestros actos, no para despojarnos de ella, no para substituirnos, sino para cargar con nosotros el peso de nuestros actos. Hemos errado yendo cada cual por su lado, y él ha cargado con nuestros errores. Lo hemos maltratado, ha sido víctima de un proceso injusto, nadie lo ha defendido, y él ha guardado silencio, no ha querido defenderse. Al fin ha sido arrancado de la tierra de los vivos y enterrado entre los malvados.

La voz coral hace que nos involucremos en el drama. El nosotros no es solo el coro anónimo que interviene en el cántico. Ese coro está formado por ti, por mí, por quienes leen y cantan esta elegía inaudita, por nuestra humanidad.

Al final el coro destaca la contradicción más radical del drama que vive el siervo del Señor: él no cometió crimen alguno, no hubo jamás engaño en su boca. Fue triturado por el sufrimiento –el Señor lo permitió– su vida fue entregada en expiación.

¿Qué es esta expiación? ¿Será que el Señor quiso castigar en él crímenes ajenos, los nuestros? No. Expiación quiere decir cargar sobre sí esos crímenes para que nazca una humanidad nueva: el siervo del Señor verá su descendencia, prolongará sus años, el plan de Señor triunfará por él.

El cántico cierra con el oráculo final. La voz del Señor devela por completo el sentido del drama. Con lo aprendido –esa experiencia tremenda de cargar con nuestra responsabilidad, tiene un sentido único: justificar, rehabilitarnos a todos, recrear una humanidad nueva. Esa humanidad nueva reconciliada por la intercesión y el perdón es el triunfo que había anunciado el oráculo inicial.

¿Quién es históricamente este siervo del Señor? No lo sabemos. El poema forma parte el libro de Isaías II, que vivió a mediados del siglo VI antes de Cristo, autor de los capítulos 40 a 55 del libro de Isaías. No es seguro que el siervo sea el mismo autor de estos capítulos, a quien se le llama, por cierto, Isaías II porque tampoco se sabe su nombre. Como quiera que sea, el misterio del siervo del Señor es una realidad histórica.

Lo más asombroso de este misterio es que, 600 años después, los discípulos que siguieron a Jesús y fueron testigos de su muerte en cruz y de su resurrección, vieron que este cántico calzaba perfectamente para expresar el misterio de ese siervo de Dios a quien conocieron como Jesús de Nazaret.

Solo tres pasajes para que veamos esta lectura crística del cántico. Juan, al tratar del rechazo de Jesús por los judíos (Jn 12, 37-50), cita las preguntas iniciales del coro (Is 53, 1). Lucas, en el episodio de la conversión del eunuco etíope (Hechos 8, 26-40), dice que este venía leyendo el cántico y preguntó a Felipe a quién se refería. La Primera Carta de Pedro se inspira en este pasaje en una especie de cántico cristiano primitivo (I Pe 2, 21-25).

Se puede gustar toda la riqueza de este cántico (y de los otros tres: Is 42, 1-7; 49, 1-6; 50, 4.9) leyéndolos en tres planos superpuestos. Plano de fondo: lo cánticos de Isaías. Plano medio: himno de la Carta a los Filipenses (2, 6-11) y el pasaje de Hebreos (4, 14-16; 5, 7-9). Plano superior: los relatos evangélicos de la pasión y muerte de Jesús. Esto es lo que se hace la liturgia de la Semana Santa.

 

Ilustraciones:
* Fotografía de Christopher Gallegos: Cristo de la Iglesia de San San Francisco, Valle de Bravo, México

* Julián Pablo OP (1937): Rostro de Cristo - Convento de Santo Domingo en la ciudad de México
* En la Galería de arte de este sitio se pueden ver estos Cristos

 

 

Abril 2014