La Exhortación Apostólica Alegría del Evangelio del papa Francisco viene a nutrir las expectativas que sus primeros meses de ministerio han despertado. Destacaré solo unos números (24, 34-45) del capítulo primero.
El papa delinea los momentos (movimientos como en las sinfonías) del anuncio del Evangelio: primerear (le disculpamos al papa su neologismo como él lo pide parafraseándolo así: actuar inicial de Dios que debemos secundar tomando la iniciativa ), involucrarse, acompañar, fructificar, festejar (n. 24).
Salir con audacia a anunciar la Buena Nueva porque Dios nos ha ofrecido siempre su amistad. En Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, su amor se ha entrado definitivamente en nuestra historia. Nos toca sumarnos a esta iniciativa de Dios con la nuestra limitada, torpe quizá, pero no menos necesaria. La primera consigna es salir.
Siguen unos momentos que habrán de repetirse con renovada vitalidad. Allegarnos a quienes anunciamos el Evangelio, achicar distancias, como Cristo que se despojó de su dignidad divina, asumió nuestra humanidad, se hizo nuestro servidor y nos acompaña en el camino de la vida para conducirnos al Padre.
Llegamos in crescendo a los momentos culminantes: fructificar, festejar. Lo son porque la palabra sembrada produce fruto y la acción de Dios es como lluvia que fecunda la tierra. Pero lo son a la manera de las obras de Dios: una semilla que crece sin que el sembrador sepa cómo para dar fruto entre cardos y espinas. El anuncio requiere paciencia en la siembra y humildad en la celebración que debe dirigirse al Padre que ha dado a conocer sus misterios a los pobres y a los pequeños.
El papa señala unos criterios para discernir lo que hemos de anunciar. Son criterios conocidos en buena teología, pero ignorados quizá por muchos fieles, porque no ha faltado una “transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia” (n.35).
En el centro del anuncio tiene que estar precisamente el núcleo de la Buena Nueva. ¿Cuál es ese núcleo? La belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado (n. 36), como lo expresa el papa. Podemos decirlo de otra manera según el pensamiento de Tomás de Aquino: Anunciar que Dios nos ha comunicado su felicidad a fin de gozarla en amistad con Él. Hay, por tanto, una jerarquía de verdades acerca del misterio de Dios. Hemos de acogerlas todas en la fe, pero unas son centrales y otras derivadas.
El papa cita a este teólogo dominico para señalar que la conducta humana tiene como fuente y fundamento de su bondad el don de Dios, su gracia mediante la cual nos recrea para ser libres en el amor: La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor. Lo central en nuestra respuesta a Dios son: el amor, la fe, la esperanza, la sabiduría, la justicia. Algo muy importante: la misericordia de Dios, irradiada por Jesús al cargar con nuestras miserias para liberarnos de ellas, debe presidir el anuncio del Evangelio (n. 37).
Se nos invita a crecer en la interpretación de la Palabra y en la comprensión de la verdad para desentrañar su inagotable riqueza y anunciarlas en circunstancias, medios sociales, formas de vivir, mentalidades, culturas tan variadas como son las de nuestra variopinta humanidad (n. 40). Una doctrina monolítica expresada en un lenguaje ortodoxo puede ser entendida de manera distorsionada por quienes escuchan el mensaje (nn. 40, 41).
En el orden moral –cita el papa otra vez a Tomás de Aquino– los preceptos no deben hacer pesada la vida a los fieles y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando la misericordia de Dios quiso que fuera libre (n. 43).
En esta adaptación del anuncio del Evangelio a quienes lo escuchan no hay que olvidar que “la fe siempre conserva un aspecto de cruz, alguna oscuridad que no le quita la firmeza de su adhesión” (n. 42). Es más, la Buena Nueva de por sí entraña escándalo para los judíos y locura para los no judíos, es anuncio de Cristo crucificado, como recuerda Pablo a los fieles de Corinto (I Cor 1, 22-24), lo cual será destacado por el papa en otras partes de la exhortación (ver nn. 53-60, 187-216).
En suma, hacernos cargo de los momentos del anuncio del Evangelio a partir de la iniciativa de Dios que nos ha hablado nos invita a responderle en la fe. Centrar el anuncio en su centro: el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Subordinar a este mensaje central otras verdades acerca del misterio de Dios y de nuestras acciones en conformidad con su amistad. Comprender e interpretar el mensaje de manera apropiada a la gran variedad personas que habrán de escucharlo.
Quedan para otra ocasión las observaciones a otras partes de la Exhortación Evangelii gaudium, que puedes descargar aquí.
Diciembre 2013
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