O la diferencia entre religión y espiritualidad
¡No tener más sed! Esa fue la expresión, que no he podido olvidar, de una joven al comenzar hace tres meses un retiro de silencio. Esta joven venía de dejar, por efectos de relevo, pero también de “cansancio“, la pastoral juvenil, a la que se había consagrado durante años, llegando a ocupar en la misma puestos de liderazgo nacional. Y eso fue lo primero que me expresó, plenamente identificada con la samaritana: su deseo, directo y profundo, de no tener más sed.
Años ardorosamente trabajando en pastoral juvenil, y tenía sed. Como creo les ha pasado y sigue pasando a la gran mayoría de cristianos, incluidos pastores, religiosos y religiosas, durante los dos milenios de existencia del cristianismo. Su trabajo pastoral, generoso y sincero, no le había calmado la sed. ¿Por ser todavía joven, según aquello del gran espiritual cristiano laico francés del siglo pasado, Marcel Légaut (1900–1990), de que los jóvenes, por ser jóvenes, aun no pueden ser espirituales? ¿O, también, por una distorsionada presentación de lo que es el cristianismo? Algo que, según el mismo espiritual citado, desde muy temprano nos viene sucediendo casi desde los Evangelios. Se refiere al abandono temprano del cristianismo como propuesta y camino espiritual y su conversión en religión. Un paso muy fácil de dar, dado que espiritualidad y religión se parecen formalmente tanto, como el sucedáneo a lo que busca reemplazar. En efecto, los Evangelios conocen ya esta tentación y la combaten. Sobre todo el Evangelio de Juan, que presenta a un Jesús muy claro a este respecto. Y, como sabemos, lo de Juan no es una crónica, es decir, no escribe para la samaritana ni para los demás interlocutores de Jesús, escribe para sus comunidades, “joaninas“, en las que ya el cristianismo (un agua que quita la sed) se está convirtiendo en religión sucedáneo, al estilo del judaísmo (que vuelve a dar sed).
Lo tuvo muy claro y así se lo expuso a la samaritana: «El que beba de esta agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener más sed« (Jn 4, 13-14a). Lo tuvo muy claro y la expresión es radical: sed / no sed, religión / espiritualidad. Porque no se trata de la contraposición agua natural / agua religiosa, sed humana / sed religiosa. Esta contraposición, que obviamente está presente, es solamente la base material de la metáfora. Esta apunta a otro plano, al plano experiencial espiritual. La contraposición base más importante es la de agua pozo de Jacob (con toda sus connotación religiosa, ¡el pozo del patriarca Jacob!, símbolo de la religión judía) y el agua que representa Jesús (el cristianismo como espiritualidad).
El tema, también en forma de contraposición, ya había quedado planteado en la conversación con Nicodemo: nacer de la carne / nacer del espíritu (Jn 3, 6). Tengamos presentes que todos estos encuentros–conversaciones, milagros (ciego de nacimiento) son grandes catequesis. Pero donde la exposición-enseñanza de Jesús alcanza su expresión más dramática e incluso patética es en el cap. 6 de Juan, en el discurso conocido como el “Pan de vida”. Aquí, después de haber dicho a quienes le buscaban «Afánense, no por la comida de un día, sino por otra comida que permanece y da vida eterna» (Jn 6, 27), les dice: «Vuestros antepasados comieron el maná en el desierto y murieron. Yo soy el pan que bajó del cielo para que el que lo coma, no muera» (Jn 6, 49-50). Y añade, «Si no comen la carne del Hijo del Hombre, y no beben su sangre, no tendrán la vida. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» (Jn 6, 53-54). La contraposición es evidente, entre maná (religión judía, sobre todo cuando en la polémica esta es vinculada a Moisés y Abraham), y la apropiación e interiorización total ( subrayada por la metáfora, radical y profunda, de beber la sangre y comer la carne del Hijo del Hombre), y la expresión no puede ser más radical: morir / vivir. Vuestros padres comieron el maná (practicaron la religión judía, como una tradición) y murieron, busquen una comida y una bebida que no les dé muerte.
Aquí no se está hablando de la Eucaristía. No se está contraponiendo religión judía (maná) a religión cristiana (eucaristía). En el fondo se está contraponiendo ambas, porque ambas practicadas como religión son eso, religión, y nada más, a una fe cristiana bebida y comida, hecha sangre y carne, la única que sacia, la única que no conoce la muerte. Juan lo está diciendo a sus comunidades. Porque está viendo que muchos cristianos están muriendo, espiritualmente, muchos que están participando del nuevo mensaje y de la eucaristía. Como murieron los que comieron el maná y supuestamente eran hijos de Abraham y seguidores de Moisés. Juan se encuentra ante el hecho de que muchos cristianos en la práctica solo han cambiado de religión, de ritos (en el caso del judaísmo, antes circuncisión, ahora bautismo), comidas (antes maná, ahora eucaristía) y en parte de discursos, pero la vida estéril con su sed y con su muerte sigue igual de presente, señal inequívoca de que para muchos muy poco o nada ha cambiado.
Esta es la gran tragedia del cristianismo, como en general de las religiones: ser propuesta de religión, de verdades y moral, verdades intelectual e incluso afectivamente aceptadas y vividas, en vez de ser camino y método de espiritualidad; limitarse a creer intelectualmente y cumplir moralmente un cuerpo de verdades y unos hechos, que más bien hay que beber vitalmente como si fuera la sangre más preciosa y comer como si fuera el cuerpo más sagrado y lleno de vida. Una tragedia que nos sigue sacudiendo, aunque, afortunadamente, este cristianismo intelectual y moral es el que está entrando en crisis.
Es quizás por esto, además de por la forma tan sincera y auténtica como lo dijo, que no he podido olvidar la expresión de aquella joven hace tres meses al comienzo de un retiro de silencio: “Eso es lo que yo quiero: no volver a tener más sed». No cabe duda, hay una gran diferencia entre religión y espiritualidad, entre cristianismo religión y cristianismo propuesta y camino de espiritualidad. La diferencie entre la muerte y la vida.
* Pietro Cristoforo Vannucci, Perugino: Cristo y la Samaritana, 1500/1505
Julio 2014
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