PALABRA DEL MES

Alabar Conversar: Invitación a leer la Encíclica Laudato si
por Francisco Quijano

De las encíclicas papales del último medio siglo, ¿con cuáles me quedo? Teniendo en cuenta su incidencia y el razonamiento que implican, escojo estas: Pacem in terris de Juan XXIII, Ecclesiam suam (la parte de diálogo) de Pablo VI, Laborem excercens de Juan Pablo II, Fides et ratio de Benedicto XVI y Laudato si de Francisco. ¿Por qué? Por ser católicas en sentido etimológico, es decir, universales: invitan a reflexionar sobre nuestra común condición humana en este habitáculo que es nuestra tierra.

La fe cristiana no es una creencia particular entre otras: incide en cuestiones que conciernen el futuro de nuestra humanidad, su alcance es universal: la paz en la tierra, el diálogo y la convivencia, el sentido del trabajo, la fe y la búsqueda de sentido, el universo como don.

La encíclica Laudato si proclama una verdad que el progreso desde el siglo XII de Joaquín de Fiore ha enrarecido: el mundo es un regalo no una conquista, es creación pero no humana. Laudato si son palabras de Francisco, el poeta trovador de Dama Pobreza. Son del poeta de espíritu franciscano Carlos Pellicer que canta:

En medio de la dicha de mi vida
deténgome a decir que el mundo es bueno
por la divina sangre de la herida.

Loemos al Señor que hizo en un trueno
el diamante de amor de la alegría
para todo el que es fuerte y es sereno.

¡Laudato si, Loemos! La encíclica comienza con una mirada sobre la naturaleza herida por nuestro afán prometeico de dominio, un dominio que se extiende a nuestros semejantes. El naufragio de emigrantes africanos en el Mediterráneo recuerda la explotación genocida del Congo por Leopoldo II de Bélgica, descrita por Mario Vargas Llosa en El sueño del celta. Y se puede añadir a los centroamericanos que pasan por México con rumbo a Estados Unidos, los mexicanos que cruzan la frontera hacia ese país, los perseguidos en Siria, Irak y otras partes por el islamismo fanático…

Uno de los puntos clave de Laudato si es la relación entre la explotación de la naturaleza impersonal y la explotación de las personas. ¿Qué pistas ofrece para poner en cuestión lo que estamos haciendo?

¡Laudato si! ¡Alabanza! ¡Acción de gracias! Hecha una revisión somera de la situación (capítulo 1), apuntadas varias líneas de acción (capítulos 5 y 6), lo medular de la encíclica es la invitación a revisar la visión y los propósitos que guían a una humanidad prometeica a explotar la naturaleza y a nuestros semejantes (capítulos 2, 3 y 4).

Solo dos párrafos de muestra como invitación a leer toda la encíclica:

«No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una acusación lanzada al pensamiento judeo-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a “dominar” la tierra (Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas». [67]

«La intervención humana en la naturaleza siempre ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la característica de acompañar, de plegarse a las posibilidades que ofrecen las cosas mismas. Se trataba de recibir lo que la realidad natural de suyo permite, como tendiendo la mano. En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante… De aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a “estrujarlo” hasta el límite y más allá del límite. Es el presupuesto falso de que “existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos”». [106]

Desde una perspectiva secular —teológica a la manera de Qohélet no por tratar de un Dios creador sino por reconocer la finitud del mundo— Gabriel Zaid ha venido publicando ensayos sobre el progreso desde hace más de cuatro décadas. Y ¿qué dice en ellos? Tomo unas palabras de su último libro no publicado aún:

«Hay algo absurdo en la obsesión de producir por producir, aunque sea basura. ¿De dónde viene? Quizá de la fascinación por lo posible. Producir es producirse: como creador, como hacedor de cosas. Producir es realizar lo imaginable. Producir es ser más. Es poblar la realidad de nuevas zonas de la realidad y de seres humanos que se vuelven más. Producir es una conversación entre las manos, la imaginación y la materia. Producir es vivir.

La más alta producción, la que rebasa la vida vegetal y animal, es el arte y la conversación: la producción de vida comunicante en una “ecología” antes desconocida. En la conversación, como en el fuego, la producción y el consumo se dan al mismo tiempo. En la producción de cosas, como en la agricultura, queda algo acumulable, aunque sea basura. El pecado original fue preferir el trabajo al paraíso de la conversación».

¡Sí, alabar y conversar!

 

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Julio 2015