PALABRA DEL MES

¿Dos caminos? Uno solo
— por J. Amando Robles

La espiritualidad cristiana está tan relacionada con Dios como Todo que, decididos a ser espirituales, de inmediato se nos abren dos caminos para serlo: partir de la visión de Dios-Todo del que nos descubrimos ser una parte y que nos representamos como exterior a nosotros, o partir de la convicción de que ese Dios-Todo está ya en nosotros y somos nosotros mismos. Ello ha dado pie a lo que los espirituales, siguiendo a San Pablo, discriminadamente califican de hombre exterior y hombre interior, y la diferencia no puede ser más abismal. Rigurosamente hablando, por el primer camino nunca se llegará al Todo, a Dios, a la espiritualidad como realización humana plena y total que es, solo por el segundo. La razón de ello es que el hombre exterior, aunque sea muy religioso e incluso muy “espiritual”, en el fondo es siempre dual, buscando a Dios siempre como objeto, aunque sea el objeto supremo, y por tanto con apego. Solo el hombre o mujer interior busca a Dios como es, sin ningún apego ni interés, como el Todo que realmente es y que está en todo, creado e increado, también en nosotros, los seres humanos.

Refiriéndose a este doble camino, en el fondo el doble ser humano que llevamos en nosotros, Marcel Légaut, laico católico francés espiritual del siglo pasado, hablaba de “las dos opciones”, advirtiendo que la primera, de naturaleza fundamentalmente teórica, no implica trabajar nuestra interioridad, como si interiorización de la doctrina cristiana e interioridad propiamente tal fuesen lo mismo, mientras que la segunda sí demanda trabajo interior, y mucho. Por ello él fue tan crítico de propuestas espirituales cósmico-visionarias como la de Teilhard de Chardin y de las visiones religiosas sin más, por muy cristianas que sean. Todas estas propuestas, desafortunadamente las más dominantes, casi únicas, son fundamentalmente de naturaleza teórica, confesional, creencial, no experiencial ni de trabajo interior. Junto a otros factores, quizás esto explique por qué desde muy temprano en el cristianismo han sido y son proporcionalmente mucho más las personas religiosas que las verdaderamente espirituales. Es mucho más fácil. Aunque el espiritual francés citado aún reconocía a la primera opción el valor de poder ser introductoria a la segunda, con tal de no eternizarse en ella.

Siglos antes, en plena Edad Media, el Maestro Eckhart (1270-1328) fue mucho más radical a este respecto. A las obras religiosas hechas en orden a una recompensa o con apego a Dios, él las consideraba reiteradamente obras espiritualmente muertas, y con razón. Porque son obras interesadas, dualistas, que no tienen su origen en el fondo de uno mismo sino en algo heterónomo, externo, que puede ser Dios representado como superior y diferente de nosotros, y que nunca te llevarán a ser uno con Él. «Por eso –dice el Maestro Eckhart–…, no pretendas nada con tus obras y no te construyas ningún porqué, ni en [el] siglo ni en [la] eternidad ni [con miras] a una recompensa o a la bienaventuranza o a esto o a aquello; porque semejantes obras de veras están todas muertas.» (Sermón XXXIX, Iustus autem in perpetuum vivet). Y con el lenguaje provocador que le es tan propio añadía: « En el justo no ha de obrar ninguna cosa sino únicamente Dios. Pues, si algo fuera de ti te impele a obrar, de veras, todas esas obras están muertas; y aún en el caso de que Dios te estimule desde fuera para que obres, por cierto, todas esas obras están muertas.».

Comenzamos hablando de dos caminos, dos opciones. En el fondo solo hay uno, el camino del Dios Uno y Todo que está en nosotros y está en todo. De ahí la importancia de cultivar la propia interioridad, sinónimo de unidad. No hay otro camino. A la Unidad, que es Dios, sólo se llega por la Unidad, nunca por la dualidad, tomando todo del propio fondo, que es el fondo de Dios, de ninguna parte.

 

Marzo 2017