PALABRA DEL MES

Espiritualidad y Poesía
— J. Amando Robles

Intentando expresar lo que es la poesía, el poeta mexicano Premio Nobel de Literatura 1990, Octavio Paz, no encuentra mejor forma de hacerlo que contrastándola con la religión. Y con razón. Porque ambas tienen un mismo origen, el ser profundo, original, que somos, y del cual parece hubiéramos sido separados. Aunque muy pronto se diferencian. Mientras la poesía pone el acento en el ser que somos, la religión lo pone en esa separación y en su propuesta de superación. De modo que, como dice Octavio Paz, la poesía revela, la religión interpreta. ¿No es este el significado religioso que los danzantes sufíes dan metafóricamente a su famosa flauta neil y a su sonido quejumbroso? Según ellos, como la neil, también nosotros antes fuimos cañas del cañaveral —imagen de la unidad y del todo—, del que fuimos arrancados, y ahora, flautas, somos en el sentido más profundo lamento y deseo, lamento por la separación de la unidad y totalidad en las que estábamos y deseo de volver a ellas.

En este sentido la poesía aparece como superior a la religión, como más reveladora y fundante de nuestro ser. Porque la poesía se sustenta a sí misma, no tiene necesidad de ninguna demostración racional ni tiene que recurrir a un poder sobrenatural o divino. En cambio, la religión aparece, y muy posiblemente lo es, más heterónoma, como tratando de revelarnos algo que no somos, o que aún no somos, y apoyándose siempre en algo divino, exterior a nosotros. La visión de Octavio Paz es seria, además de honesta, no está haciendo una caricatura.

Se podrá argumentar que la religión es mucho más que eso, pero hay que mostrarlo. Mientras no se muestre, ¿no es este concepto pauperizado de religión lo que explica que, en un número progresivamente creciente de hombres y mujeres contemporáneos, jóvenes y adultos, hoy la religión hace crisis y estén buscando la espiritualidad, en otras palabras, el ser total que somos? Los hombres y mujeres de hoy se sienten escindidos, arrancados y separados de su ser profundo, pero por esto mismo lo buscan, porque están convencidos de que existe, su ser más profundo. No quieren vivir permanentemente en la conciencia de estar separados, divididos, escindidos. Quieren descubrir y vivir el ser uno, pleno y total que son, que somos.

Esto es precisamente lo que ofrece la espiritualidad. Es cierto que la poesía es revelación del ser total que somos, y que al revelarnos como somos, nos crea también como somos. Es creación, realidad intangible, don imprevisto, la llama también Octavio Paz, y es totalmente desinteresada. En ella no hay sitio para el interés, el cálculo, la utilidad o la ganancia. Tiene muchas cualidades o notas que le acercan a la espiritualidad. Tantas que a veces es difícil distinguir poesía de espiritualidad. Pero la poesía es siempre expresión, como lo es todo el arte. Es un ser que consiste en la expresión, que tiene que encarnarse, que sólo existe si y en la medida en que se expresa y se encarna. Por ello la experiencia estética hay que tenerla en la obra de arte misma, donde únicamente se encuentra, no en otra parte (vida del artista, tendencias de la época, gustos culturales, ideología, etc.).

La espiritualidad, como el arte, cuando se expresa también tiene que hacerlo de manera simbólica, no tiene otro lenguaje. Pero nunca está en los símbolos, siempre está infinitamente más allá, es de otro ser, es el ser mismo, en su plenitud y en su totalidad. No es un ser nuevo, creado, expresado, es el ser mismo. El símbolo espiritual, sea discursivo o sea activo, es decir, palabra o rito, es siempre una saeta apuntando, incitando y motivando a una experiencia, la experiencia del ser total, eso que llamamos Dios. De ahí la gran diferencia entre poesía y espiritualidad. Definitivamente, la espiritualidad es mucho más poética que la poesía. Es la experiencia del ser uno y total que somos, y que es todo. Es la dimensión humana más suprema. Sólo ella nos realizamos, porque es nuestra realización.  

 

Julio de 2017