Evocar los años 60 del siglo pasado puede ser nostalgia, si lo hace alguien que media los 70 como el que esto escribe. Para quienes median los 50, son quizá anécdotas registradas en la memoria, para más jóvenes son prehistoria.
Algunos hechos evocan esos años: Revolución Tranquila de Quebec (1960), guerras de liberación de Angola y Mozambique (1960), crisis de Bahía de Cochinos (1961) y de los misiles (1962) entre Cuba y Estados Unidos, conflicto armado de las FARC en Colombia (1964), golpe militar en Brasil (1964) y Argentina (1966), intensificación de la guerra de Vietnam (1964), Guerra de los seis días de Israel contra países árabes vecinos (1967).
Asesinatos, muerte de personajes: John F. Kennedy (1963), Martin Luther King (1968), Che Guevara (1967), suicidio de Marilyn Monroe (1962), juicio de Adolf Eichmann (1961), encarcelamiento de Nelson Mandela (1962).
Movimientos de la sociedad civil, revueltas juveniles: los hippies (1960), Martin. L. King, I have a dream (1963), Mayo del 68 en Francia, Primavera de Praga, Movimiento universitario reprimido en la Plaza de Tlatelolco, México (1968), Stonewall Inn, NY, y el movimiento gay (1969).
En el mundo del cine, la música, la moda: Federico Fellini, La dolce vita (1960); Luis Buñuel, Viridiana (1961); Robbins, Wise y Bernstein, Amor sin barreras (1961); Sergio Leone, El bueno, el malo y el feo (1966); Mike Nichols, El Graduado (1967); Arthur Penn, Bonnie and Clyde (1967); Stanley Kubrick, 2001: Odisea del Espacio (1968). Cantantes: Los Beatles (1960), los Rolling Stone (1962); Bob Dylan, Blowin’in the wind (1963); Simon and Garfunkel, The sound of silence (1964); Mireille Mathieu, Mon Credo (1965); Violeta Parra, Gracias a la vida (1966); Raphael, Yo soy aquel (1966); Festival de Woodstock, NY (1969). Modas: estilo chic de Audrey Hepburn, minifalda, camisetas pintadas, jeans pata de elefante, botas altas de mujer, peinados femeninos voluminosos…
Fue también la década de acontecimientos de la Iglesia Católica: Concilio Vaticano II de 1962 a 1965. En Medellín, Colombia, 1968, Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano que abrió la perspectiva de una evangelización a partir de los pobres.
¿Queda algo de todo esto? Hay quienes quisieran volver a esos años, especialmente en lo político: definiciones claras de izquierda y derecha, liberación y opresión, orden y desorden, nueva sociedad y status quo. Eso sería pura nostalgia.
Con todo, de esa época hay huellas en nuestros días: lo que el filósofo quebequense Charles Taylor llama «talante expresivista del yo». ¿A qué se refiere? A un forma de vivir y expresarme que nace de lo que siento que es mi yo auténtico. Eso que creo ser no puedo captarlo adentrándome en mí para después manifestarlo. Tengo que ir probándome en lo que voy haciendo para responder a la pregunta, ¿quién soy? o ¿quién voy siendo?
En palabras de Taylor: «Realizar mi naturaleza [mi yo] significa abrazar el elán, la voz o el impulso interior. Y ello hace que lo que estaba oculto se manifieste, tanto para mí como para los demás. Pero esta manifestación también contribuye a definir lo que hay que realizar. La dirección de dicho elán no está clara –ni podría estarlo– antes de dicha manifestación. Al realizar mi naturaleza, debo definirla, en el sentido de que tengo que darle alguna formulación; pero esto también es una definición en un sentido más fuerte: estoy realizando esta formulación y con ello estoy dándole a mi vida una configuración definitiva» (Fuentes del yo).
Las raíces históricas de este giro expresivista se remontan al romanticismo, que surgió en los siglos XVIII y XIX como reacción contra neoclasisismo en el arte, el racionalismo y el pragmatismo en filosofía. Fue un movimiento de élites que se torna popular en los años 60 del siglo pasado y llega sordamente hasta nuestros días.
Taylor de nuevo: «La individuación expresiva se ha convertido en una de las piedras angulares de la cultura moderna. Hasta tal punto que apenas si lo notamos, y nos resulta difícil aceptar que sea una idea tan reciente en la historia humana, y que haya sido incomprensible en tiempos más remotos».
Así es. No es cosa de tener memoria de los años 60 o de saber qué fueron: tenemos esos años a flor de piel. A la proliferación de expresiones del yo en esos años se debe la pluralidad de búsquedas de la propia identidad que tenemos actualmente.
¿Es esto individualismo puro? No. En la búsqueda del yo auténtico hay valores: respeto por la persona y vida de los demás, realización personal, sentido de la propia dignidad, autonomía de conciencia y elección…
El predicamento de este giro expresivista no es el individualismo, sino el sentido de nuestra libertad frente a múltiples posibilidades de probar ¿quién soy?
Si expresarme es probarme y, al hacerlo, ir descubriendo quién soy, ¿qué tantas pruebas, entre las que imagino y las que se me ofrecen, puedo hacer de mí? ¿Tiene algún sentido el mero hecho de probar? Hacer pruebas una y otra vez de quién soy yo o quién quiero ser, ¿a qué me lleva?
El «yo» no puede ser tratado al modo de un objeto de ciencia que se somete a pruebas. Comprender el «yo» es darle la palabra, dejar que se interprete, que se revele y que manifieste un sentido.
Ser «yo» es tener una identidad que responde a la pregunta: ¿quién soy? Esta pregunta es típicamente moderna; no se da cuando la identidad se halla definida dentro de un marco aceptado.
Responder a la pregunta, ¿quién soy?, supone decir: ¿en dónde estoy?, ¿qué me sostiene?, ¿a dónde voy?, ¿qué busco?, ¿con quiénes vivo? Ubicación y dirección que se encuentran en el hilo de una narración y de una conversación.
En suma: es vivir en condiciones en las que pueda encontrar el sentido de mi vida. Esa es quizá la pregunta que el giro expresivista de nuestra cultura nos invita a responder.
Agosto 2017
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