EVANGELIO DOMINICAL

Domingo 3º de Pascua - Los discípulos de Emaús


Lecturas: Hechos 2,14.22-33 / Salmo 15,1-2.5.7-11 / I Pedro 1,17-21 / Lucas 24,13-35

Botón homilético – Francisco Quijano

• «¡Qué necios y torpes son para creer lo que anunciaron los profetas!» – dice el caminante incógnito a los dos discípulos que van a Emaús desesperanzados por la muerte de Jesús. ¿Fue fácil entonces creer en su resurrección? ¿Lo es ahora para nosotros?

• Los Evangelios son claros en confirmar la fe en la resurrección de Jesús, pero dejan entrever que hubo dudas. Marcos, en el resumen final de los testimonios, es contundente: «Jesús se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su cerrazón de mente, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado» (Mc 16, 14).

• Las mujeres fueron más propensas a creer, estuvieron dispuestas a anunciar la resurrección a los discípulos varones. Excepto en el relato de Marcos, que dice manera sorprendente: «Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo» (Mc 16, 8).

• A quienes conocieron a Jesús en vida mortal y quedaron desesperanzados por el tremendo fracaso de su ejecución en la cruz, no les fue fácil creer que había sido resucitado por Dios.

• Esas dificultades de entonces, ¿lo son también para nosotros? Me inclino a pensar que sí. Una cosa es dar por hecho (y cada vez menos) que nuestra vida se prolonga más allá de la muerte, y otra cosa es creer en la resurrección de Jesús y de cualquiera de nosotros criaturas mortales. ¿Por qué?

• La resurrección de Jesús es la confirmación de que el universo entero, y particularmente nosotros criaturas humanas, provenimos del amor creador de Dios, y de que nuestro destino es la inmersión definitiva e irrevocable en su amor.

• Resucitar en carne humana es alcanzar la deificación de nuestra condición de criaturas mortales. Es la certeza de que el mal y la violencia que causaron la muerte de Jesús y la nuestra, no son la última palabra.

• Resucitar de entre los muertos es escapar de las dudas e irrumpir en una vida nueva por el poder del Espíritu Santo. Lo dice Pedro en su primer sermón: «Dios resucitó a este Jesús, nosotros somos testigos de ello. Exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. Esto es lo que ahora ustedes ven y oyen» (Hechos 2, 32-33).

• Fueron dos comidas, en Emaús con dos discípulos (vv.13-35) y en Jerusalén con los demás (vv. 36-48), lo que les permitió vencer sus dudas.

• Fueron dos momentos de escucha, en el camino a Emaús, cuando les explicó las Escrituras que se referían a él, y en Jerusalén, cuando les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras, lo que les permitió igualmente vencer sus dudas.

• Escuchar su palabra y compartir con él la comida. Eso es lo que habían vivido en Galilea y Judea al lado de toda clase de personas, recaudadores de impuestos, pecadores, prostitutas, enfermos. Eso mismo les permite ahora reconocer que él está vivo y sigue en medio de ellos.

• Eso es lo que nos permite a nosotros vencer nuestras dudas, temores, incertidumbres. Él es quien nos acompaña ahora, caminantes que somos en este mundo, para ayudarnos a descifrar con su palabra el sentido de nuestra vida y compartir en la eucaristía el gesto de donación incondicional su amistad.

• Talla del siglo XIV en madera polícroma en el coro de la catedral de París

 

O

 

Claves para la homilía - Julián Riquelme

  Contexto  Palestina, año 30: A los discípulos les costó aceptar que Jesús, tras su muerte, estaba vivo, Resucitado.  Grecia, año 80: El sentimiento interno, iluminado por la fe, pudo más que la racionalidad de los discípulos: ¡Jesús es el Mesías y está vivo! Así lo percibieron los primeros cristianos.

Sentido El tema del Evangelio es el “Encuentro de los discípulos de Emaús con el Resucitado”. Emaús era una sencilla aldea situada a unos 12 kilómetros de Jerusalén (Lc 24,13). El Crucificado acompaña a Cleofás y a su compañero (o compañera) en el regreso a su hogar.

En el camino de la vida (Lc 24,13-24): Los discípulos de Emaús vuelven desilusionados, desanimados, frustrados, saboreando la amargura del sin sentido de la vida. Jesús deja que se desahoguen. Ellos se expresan: "Nosotros esperábamos que fuera Él ..." (Lc 24,21). ⦁ Después de la muerte de Cristo, habrá que estar más atentos si queremos entrar en contacto con Él en nuestro peregrinar.

En la interpretación de la Escritura (Lc 24,25-29): No se trata de buscar a Jesús en la literalidad del Antiguo Testamento, sino en el mensaje de la vivencia espiritual, que hizo posible esos relatos. Dios habla sólo desde el interior de cada persona. ⦁ La experiencia interior, expresada en conceptos, es ya palabra humana; volverá a ser Palabra de Dios, cuando surja la vivencia en quien escucha o lee.

Al partir el pan (Lc 24,30-31): La manera de partir y repartir el pan permite a los discípulos recordar a Jesús en las comidas en común, en la multiplicación de los panes, en la Última Cena. Cristo se hace presente vivencialmente en el interior de cada uno de ellos. ⦁ Celebrar la eucaristía es actualizar el gesto y las palabras de Jesús y descubrir lo que quieren decirnos. Un gesto es más eficaz que un discurso.

En la comunidad reunida (Lc 24,32-35): En el narrar y compartir las experiencias de cada uno se hace presente Cristo Resucitado. La comunidad (aunque sea de dos) es imprescindible para provocar esa vivencia. Jesús hizo presente a Dios amando, es decir, dándose a los demás. ⦁ El ser humano sólo desarrolla sus posibilidades en la relación con los demás; esto es imposible si el ser humano se encuentra aislado y sin contacto alguno con el otro.

⦁ Jan Wildens (+1653): Paisaje: Cristo y sus discípulos camino de Emaús, 1640