PALABRA DEL MES

Cultivadores de lo absoluto
por José Amando Robles OP

En el año de la vida consagrada

Sin duda alguna que la vida consagrada en la Iglesia, más específicamente la vida religiosa, no está pasando por su mejor momento. El hecho de que el papa le haya querido dedicar este año, como tiempo sin duda de revitalización, es prueba inequívoca de ello. Siguen las deserciones, en Occidente al menos las vocaciones están a la baja, la media de edad es alta, y en estas condiciones en general no son la creatividad y el entusiasmo lo que reina sino más bien la reiteración y el cansancio. Y la crisis no parece haber tocado fondo. ¿Habrá salida?

No solamente hay salida, sino que se está abriendo una posibilidad verdaderamente extraordinaria, histórica, proporcional a la misma crisis.

La crisis es epocal, cultural y social, axiológica. No es tanto, pues, cuestión de mirar al pasado y culpabilizarse, de preguntarnos qué hici-mos mal, como de tomar conciencia de la transformación que estamos sufriendo y mirar al futuro. Estamos sufriendo las consecuencias del paso de una sociedad agraria a una sociedad industrial de conocimiento, del conocimiento y visión de mundo que imperó en una al conocimiento y visión que está comenzando a imperar en la otra. Un paso profunda-mente transformador e irreversible. Conocimiento y visión del mundo anterior estaba impregnado de valores, era axiológico, el actual es científico y tecnológico y, como tal, abstracto, sin valores. Los valores los tenemos que crear nosotros. Como los tuvimos que crear siempre. En el pasado, articulándolos sobre nuestro propio conocimiento, que era axio-lógico, que tenía valores, ahora yendo más al fondo, bebiendo de la di-mensión absoluta que nos caracteriza como seres humanos, cultivándola.

Pero los tenemos que crear, porque sin valores, esto es, sin fines, objetivos y metas humanos, no podemos vivir como sociedad, menos aun como sociedad de conocimiento. Sin valores somos una sociedad inviable. Y para crear los valores que necesitamos, tenemos que ser espirituales, tenemos que ser hombres y mujeres cultivadores de espiritualidad. En la sociedad que estamos construyendo la espiritualidad no es una opción es una necesidad. En la nueva sociedad no todos los hombres y mujeres serán espirituales. Pero estudiosos nos advierten que una masa socialmente amplia y crítica de seres humanos sí tendrá que serlo. De lo contrario, la sociedad que estamos construyendo, cada día más científica y tecnológica, será inviable. Porque ciencia y tecnología nos dicen cómo construir, pero no nos dicen, no nos pueden decir, para qué, y en este sentido tampoco nos pueden decir el cómo hacerlo humanamente. De ahí la gran necesidad y la gran búsqueda de espiritualidad a las que estamos comenzando a asistir en la actualidad. Nuestra sociedad está en búsqueda explícita de espiritualidad, porque la necesita más que todas las sociedades anteriores, y la buscará explícitamente cada día más.

Tal es la lógica, la necesidad y el reto humano, cultural y social, más importantes que estamos viviendo en este momento, de manera que no deja de constituir una paradoja: al interior de la Iglesia un vida consagrada en crisis espiritual, y fuera de ella un mundo, sociedad y cultura, en búsqueda de espiritualidad porque la necesita. Por ello es que no solo salida y superación de la crisis de la vida consagrada en la Iglesia son posibles, sino que, con ocasión de la crisis, en ella misma, la posibilidad que se abre para la espiritualidad como cultivo de la dimensión humana absoluta es verdaderamente extraordinaria. Como le dijo Ernesto Renán a su discípulo Paul Sabatier cuando le encargó estudiar a san Francisco de Asís —«Él salvó a la Iglesia en el siglo XIII, y su espíritu ha permanecido extraordinariamente vivo desde entonces. A san Francisco lo necesitamos y, si sabemos buscarlo, volverá»—, lo mismo hay que decir de la vida consagrada y religiosa en la Iglesia: la necesitamos y, si sabemos buscarla y cultivarla, volverá a florecer. Solo que el reto es enorme.

Pero la necesidad y búsqueda espiritual a las que estamos asistiendo nos orientan. No se trata de mirar al pasado y culpabilizarnos, sino de mirar a estas, cultivar la espiritualidad y crear. La espiritualidad que se está necesitando y buscando es profunda, nace de la dimensión más profunda del ser humano y se siente la necesidad de cultivarla en función de ella. No es institucional, no se siente obligada con formas pasadas. Bebe de ellas o, mejor, en ellas, pero se siente libre de sus formas, rituales y conceptuales, de las copas en las que el vino de la espiritualidad viene vertido. Porque el vino no se da sin copa, pero vino y copa son realidades totalmente diversas, e identificar vino con copa, fe con creencias, artículos de fe y dogmas con experiencia, equivale a hacer imposible la propia espiritualidad. La espiritualidad, como el espíritu, es libre, porque es infinita, no se deja aprehender, solo vivir; es literalmente inefable, inexpresable, no se deja conceptualizar ni formular. El cultivo de la espiritualidad no se da sin actitudes y medios, pero no se reduce a ellos ni es resultado de ellos, los trasciende, es de otro orden. La espiritualidad no se da sin adjetivos, sin expresiones culturales, en el pasado ha sido hinduista, budista, judía, cristiana, islámica…, y todas han significado aportes culturales muy valiosos, que no hay que perder. Pero la espiritualidad es una, como lo es la dimensión absoluta humana. Es realización plena y total aquí y ahora.

Las espiritualidades como expresiones culturales no son patrimonio exclusivo de nadie, sino de todos los hombres y mujeres del mundo. Y somos todos los hombres y mujeres del mundo los llamados a ser espirituales, a beber de ese patrimonio común, no solo unos pocos.

Bienvenidos y bienvenidas todos los consagrados y consagradas de todas las religiones y tradiciones espirituales a la nueva masa de cultivadores de la espiritualidad, que es mucho más amplia que la relativa masa de consagrados o buscadores de cada religión y tradición; masa nueva en la que estamos llamados a integrarnos todos, en la única espiritualidad que existe, pero desde todas las expresiones culturales, religiosas y no religiosas o laicas, que también existen y constituyen una riqueza, la riqueza humana, que es de todos.

 

 

Agosto 2015