Evangelio de San Lucas 21,1-4
• «No se alegren de que los espíritus se les sometan, alégrense de que sus nombres están inscritos en el cielo», dijo Jesús a sus discípulos que regresaban triunfantes de sus correrías apostólicas.
• «La Ciudad de Dios no necesita que la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina la gloria de Dios y su lámpara es el Cordero... A ella solo entrarán los inscritos en el Libro de la Vida del Cordero», dice el vidente del Apocalipsis sobre nuestro destino final (Ap 21,23.27).
• Hay, ha habido, habrá a lo largo histórico y a lo ancho geográfico de la humanidad millones y millones de personas que ponen, han puesto, pondrán una cota excelente de humanidad.
• De la inmensa mayoría no sabemos sus nombres. Apenas los sabrá su círculo cercano, familia, amistades, personas con quienes conviven y son enriquecidas por ellas.
• La viuda pobre que echó unas moneditas en las arcas del templo es una de ellas. Al verla, Jesús llama la atención de sus discípulos: «Ella de su pobreza, ha puesto cuanto tenía para vivir».
• Años después al escribir a los corintios, Pablo desentrañará el misterio de ese acto de la viuda, y lo inscribirá en el misterio de la humanidad de Jesús y del despojo que de ella padeció:
• «Conocen –hermanos– la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8,9).
• Jesucristo enriqueció a nuestra humanidad, no con su riqueza divina, sino con su pobreza humana y su despojo. La viuda pobre enriqueció a nuestra humanidad con su pobreza y con su despojo.
• Como proclama un himno palestino del siglo I: «Por eso Dios, exaltó a Jesús –y a ella– y les concedió un nombre-sobre-todo-nombre» (Fil 2,9).
Semana XXXIV – Martes (aquí)
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